Pages - Menu

martes, 1 de septiembre de 2009

tomar con la mano derecha la parte superior del brazo izquierdo, luego cruzar la mano izquierda en diagonal hacia el codo derecho. sostener el agarre fuerte, hasta que la sensación de tibieza traspase la ropa. se prevee una leve sonrisa ante el bienestar que otorga el auto abrazo, fácil de practicar y transportable.

¿septiembre o setiembre?

Aquí estamos, empezando un mes más y calculando los dias hasta brindis navideños y cañitas voladoras. Y vacaciones, y sol y estar tirada panza arriba. Y helados y cerveza a la tardecita. Y agua, salada o dulce. Y protector solar factor 15 mínimo señora, que sino no le sirve.
Pero tranquila, traquilos, que aún quedan meses de horarios y ciudad. Todavía falta pasar la primavera, las plazas llenas de enamorados y alergias varias. Las chicas sacando polleritas y vestidos del placard, las piernas blancas y las sandalias.
Asi que paciencia nomás, esperemos que el invierno se despida de a poco y que la primavera traiga algún picnic. Feliz septiembre!

martes, 21 de julio de 2009

Llueve y hacía falta color...


Si fuese poetiza

Si fuese poetiza, la Mujer Barbuda utilizaría palabras como crepúsculo, brillantez, o aroma en vez de olor… Usaría frases que hablen del amor como de
un constante
renacimiento de luz
en los lugares más recónditos
del alma.
Pero no le salen esas cosas sin sentirse cursi. No tiene tampoco el deseo suicida a flor de piel como la Pizarnik, no tiene musas ni ángel. No hay metáforas que la expresen sin que terminen siendo un chiste, un comentario gracioso acompañado por ruidos y gestos.
Si la Mujer Barbuda fuese poetiza viviría borracha intentando pelar las capas que la recubren para finalmente vomitar palabras al papel, palabras densas y profundas.
Por ahora descarga sus crónicas con ligereza y busca sorpresas alrededor. Disfruta de la poesía en un mate bien cebado, un niño que espanta palomas en la vereda o en palabras que hacen cosquillas como supercalisfragilisticoespialidoso, ornitorrinco o ventosa.

jueves, 16 de julio de 2009

Cosas que sé de mi misma.

  • Casi todo lo que sé sobre los antiguos romanos lo aprendí leyendo Asterix.
  • Cuando tengo tres deseos, algunas veces sigo pidiendo por la Paz Mundial.
  • Creo que un día, si sigo practicando, voy a llegar a manejar los palitos chinos con destreza en cualquier tipo de chaw fan, chop suey, etc.
  • Espero que mis contracturas de cuello y hombros se vayan si practico yoga.
  • Sé que debería ser mas perseverante con algunas cosas, como la computadora, pero al final nunca encuentro motivos ni interés suficientes para serlo.
  • Sería más feliz si pudiera tomar helado cada vez que se me antoje. Menta graniza y frutos del bosque.
  • Si para las cinco de la tarde no tomé ni un mate todavía me agarra el síndrome de abstinencia yerbero. Y si no tomo café cuando me levanto es como si el día no empezase realmente (salvo los domingos en que vale el mate de a dos).
  • Dibujar es mi terapia personal.
  • En materia religiosa me declaro de apellido judío, yo agnóstica. Igual extraño cuando de verdad creía en Peter Pan.
  • El interior de las iglesias me da miedo, mucho.
  • Siempre digo que me encantan los baños de inmersión, pero no me acuerdo la última vez que me dí uno.
  • A veces hablo sola en francés porque me gusta como suena mi voz afrancesada. Me siento adentro de una película.
  • Si alguien más joven que yo es exitoso en mi profesión me da envidia, si es mas grande no me preocupo.

miércoles, 15 de julio de 2009

martes, 7 de julio de 2009

DO-SOL-MI-SOL

Los deditos tímidos golpeando las teclas del piano, DO-SOL-MI-SOL, DO-SOL-MI-SOL una y otra vez al infinito. El piano que vino de regalo cuando la abuela se enteró que la pequeña niña barbuda estaba tomando clases.

Lo entraron entre tres hombres y eso le dio mayor peso a los ojos de la niña. Ella incluso los imaginó a ellos tres transportando el piano sobre sus espaldas, recorriendo los caminos y rutas que sumaban 800 kilómetros hasta su abuela;
y después corriendo livianos hasta la fábrica de pianos; felices de haber dejado al gigante marrón a salvo con la niña.

DO-SOL-MI-SOL era lo que mejor le salía, veía su mano izquierda moverse con precisión entre las tres teclas, variando de vez en cuando la velocidad para probarse.

Un día la mano derecha (seguramente aburrida de descansar inerte sobre las teclas), se metió sin permiso acompañando la melodía de base con un feliz baile de negras y blancas, saltando sin ton ni son de un extremo a otro del teclado, mientras la mano izquierda se aferraba desesperada a su eterno compás… La niña barbuda se había distraído hablando con su hermana por unos minutos, y para cuando se dio cuenta sus manos estaban en plena batalla.

La música desenfrenada inundaba la casa, e incluso hubo algunos vecinos que salieron al patio para escuchar mejor. Tras algunos intentos fallidos por parte de la niña de reconciliar ambas manos tuvo que intervenir su hermana, quien la tiró del banquito y bajó la tapa sobre el teclado.

La niña barbuda permaneció unos minutos en el piso con sus manos agitándose en el aire, hasta que de a poco el movimiento se detuvo ante la falta de sonido. El piano observaba el suceso inmóvil y manso, parecía el paisaje calmo después de la batalla… sólo los dedos colorados de la niña atestiguaban que algo había pasado.

viernes, 29 de mayo de 2009

Circo itinerante

Como toda mujer barbuda alguna vez pertenecí a un circo itinerante, uno de esos con carpa gigante de colores y olor a aserrín en el piso.
Viajábamos por las provincias en colectivos y camiones pintados de colores, repletos de telas, luces, asientos plegables, carteles y personas. Animales no, gracias. Sólo iba Félix, el gato de la compañía y miembro vitalicio del circo; mascota adoptiva de todo aquel que le rascase la panza.
Cada arribo a una ciudad o pueblo distinto implicaba la misma secuencia: la caravana tocaba bocina desde la ruta y una vez que se encontraban en la avenida principal, desde alguno de los vehículos empezaba a sonar la orquesta. La música era imparable y dulce, viajando por el aire y metiéndose en todas las casas, llegando a las plazas, centros cívicos y colegios. La banda del circo era una especie de flautista de Hammelin con 5 cabezas, 5 músicos que sonaban como uno solo, gigante y potente. La gente salía de donde estuviera y seguía la melodía bailando y corriendo, hasta que por fin veían la caravana colorinche y los carteles enormes que anunciaban la llegada de nuestro circo. De ahí a la fila para sacar entradas había un solo paso, todos agolpados frente al carro-boletería, buscando billetes arrugados en los bolsillos.
Nosotros en general nos instalábamos en canchitas de fútbol o plazas, y hasta hubo una vez en que armamos la carpa en un terreno justo al lado de la iglesia. El cura y la administración del circo llegaron a un acuerdo, y las misas se realizaron media hora antes para que ningún parroquiano se perdiera el numero de Las Mellizas Elásticas.
Teníamos un presentador viejo con traje rojo, bigotes negros, galera y todo el equipo, su vozarrón resonaba por las gradas dando la vuelta a toda la carpa. El decía ser descendiente directo de Adán y Eva. ¿No se supone que lo somos todos? No, no, él era de la familia, no estas mezclas raras que resultamos ser el resto. El vendría a ser el tatara-tatara-tatara (y todos los tatara que hagan faltan en miles de años) nieto de la primer pareja. Nunca me respondió como es que tenía tal certeza, pero día tras día lo escuchábamos contar sus historias de paraísos perdidos durante la hora del almuerzo o después de las funciones; tan seguro de su linaje como del horario en que el Hombre más alto del mundo tocaba su mandolina.
Éramos un lindo grupo, todos miembros de una familia antigua y nómada; acostumbrados a sacar lo mejor de cada situación. Pasamos buenos años viajando y conociendo lugares, en todos lados nos recibieron con expectativa y nosotros teníamos algo para cada espectador. Mientras Las Mellizas Elásticas seducían a los solteros con su número de contorsionismo y acrobacia en el aire, el Hombre más alto del mundo y el Viejo con ojos de niño tocaban canciones alegres en un dúo de mandolina y violín que atrapaba a todo aquel que tuviera ganas de bailar. Ethel la mujer rolliza hacia malabares con tortas y facturas que después ofrecía al publico como gran cierre del numero, y la Familia Wang cabalgaba sobre un caballo blanco, uno sobre otro los siete Wangs en perfecta armonía iban trepándose hasta que se oían los aplausos. Al final salíamos con toda la banda a cantar, a bailar al centro de la pista, mientras yo le dedicaba a la gente una canción que aprendí de chiquita cerca de las montañas. Una canción que esperaba publico desde hacia años y que ofrecía todas las noches bajo las lucecitas de colores.

jueves, 28 de mayo de 2009

lunes, 18 de mayo de 2009

vidas y muertes

La mujer barbuda se acaba de enterar que murió Benedetti; un día despues, un día atrasada en noticias de muertes y vidas. Llora frente a la pantalla de la compu con imagenes del primer libro de poemas que le regalaron sus abuelos, "El amor, las mujeres y la vida", con una dedicatoria que dice: A nuestra nieta querida, porque es ella... y entonces ella llora por varias cosas que no puede nombrar bien.
Por los 12, 13, cator-quin...años leyendo a Benedetti, por el tiempo que hace que no agarra uno de sus libros, por los abuelos que regalan poesía en tardes cordobesas lejanas de invierno.
¡Pero qué tristeza Mario!

jueves, 7 de mayo de 2009

caños rotos

“Caños rotos, eso es todo nena”. El plomero Pascualino me esta explicando algo que yo ya me imaginaba, pero que siempre adquiere mayor veracidad de boca de un especialista. Es por eso que las paredes de mi pieza, las que se comparten con el baño, hace tiempo que lucen esa amarillez mohosa, ese descascaramiento gradual. En algunos momentos tengo que admitir que me distraigo siguiendo el paso de la humedad por las paredes, buscando la pintura hinchada que me lleva a imaginar el agua invadiendo el interior de mi departamento. Primero pequeñas líneas de agua que se escapan de los caños y empiezan un nuevo recorrido, se revelan ante el camino instituido por ingenieros y arquitectos y deciden dispersarse por ahí. Veo como esas primeras escapadas se van convirtiendo en costumbre y el agua sale a borbotones a través de ladrillos y cemento, humedeciendo todo a su paso. Supongo que pasa un tiempo hasta que se hace evidente para nosotros, aquí afuera, de este lado de las paredes…pero siempre llega.

Pascualino el plomero sigue su explicación al darse cuenta de que lo sigo atenta: “…Es que la humedad es lo peor nena, porque te va enfermando todo, y es difícil de parar…”. Hablamos un rato de los arreglos pertinentes y de mi futura pelea con la administración, pero me quedo pensando en casas enfermas y departamentos infectados. Creo que la humedad es una especie de sarpullido y quisiera poder hacer algo más por mis paredes, darles algún alivio hasta que podamos arreglarlas, rascar ángulos y zócalos.

lunes, 20 de abril de 2009

...lunes otra vez, sobre la ciudad...

Cosas que veo desde el colectivo, temprano a la mañana.

Un señor con hojotas y medias paseando al perro. Cada vez que el animal acelera un poco el hombre pierde una de las hojotas... cada vez que el hombre se acomoda el perro mueve la cola. Pienso que tal vez sea un juego privado entre ellos dos, algo que comparten todas las mañanas.

Plantitas en tazas en ventanas muy grandes con la persiana todavía baja, seguro adentro todavía duermen.

Un niño caminando al jardín con la mama de la mano. Ella va medio dormida y él la arrastra. El pintorcito del nene es amarillo y le queda muy ajustado en el cuello; el bolsillo delantero es enorme y debe ir lleno de miguitas y pedazos de plastilina.

Dos adolescentes que se besan en la entrada del subte B, Medrano. Mmmm...uno nunca más se besa con esa ansiedad, a cualquier hora y en cualquier lugar....


Un taxista lavando minuciosamente su auto, su bebé. Durante todo el día otra gente los acompaña, los incomoda; pero por ahora y durante los 30 minutos que dura el lavado estan solos.

Dos viejitas que deben tener 90 años cada una. Van juntas, parecen hermanas. Están las dos despeinadas y con sacos grandes de lana, tejidos por ellas mismas. Las manos ya no van tan rápido por la artrosis, pero tejen lo mismo. Total...a los 90 no debería haber más apuros.

El sol de frente por Corrientes, el smog entre autos y colectivos. Siento como la masa de aire gris entra por mi nariz hacia los pulmones y por algunos segundos odio la ciudad.

Un cartel horrible y medio terrorífico de Ronald Mc Donald en el Abasto. Pocas cosas tan espantosas como un payaso flaco, de pelo rojo y sonrisa maquiavelica que nos ofrece hamburguesas. Prefería al hipopotamo de Pumper Nic.

Una pareja en una camioneta tomando mate, yo los envidio en silencio desde mi asiento de colectivo.

lunes, 30 de marzo de 2009

Fenómenos en la ciudad

Hay fenómenos en todos lados, por cualquier rincón se los ve pasar…solo hay que afilar la mirada.
………………..El Viejo con ojos de niño.

Una fila en el banco, todos esperando el bendito cambio en monedas. Dos personas se ponen a discutir adelante mío, una de ellas una señora paqueta y el otro es un señor que a primera vista no tenia nada de particular.
Sus pelos canosos y ralos fueron lo primero que se destacaba, pero solo por la notoria prolijidad del peinado teniendo en cuenta los pocos cabellos. Bajando un poco mas, atraída por lo que estaba diciendo sobre la seguridad en estos días y sus épocas de empleado bancario, pude reconocerlo. Su particularidad se encontraba justamente entre esa boca que modulaba con soltura recuerdos de otras épocas y la frente poblada de arrugas, lo que llamo mi atención fueron sus ojos. En cuanto los vi, lo reconocí: era el Viejo con ojos de niño; famoso ejemplar fenomenal que vaga por la ciudad casi siempre al resguardo de un sombrero. En este caso era una moderna gorra que se tuvo que quitar al entrar al banco (elegancia obliga, caballero de otros tiempos).

Sus ojos brillaban, mas bien tintineaban siguiendo su propio relato, acompañando cada palabra de un gesto sorprendido; como los niños que se asombran de lo que ven y por eso siempre mantienen la curiosidad como compañera. Este hombre fenomenal tenía los ojos de un pequeño en el rostro de un viejo, algo quedó para siempre encendido en las pupilas curiosas sin importar cuantos años pasen ni cuantas imágenes se repitan…

…………………….El Gigante del 168.

Una mañana hace poco, viajando en colectivo iba distraída pensando en el otoño y buscaba a través de la ventana alguna hojita marrón que me confirme su llegada. Sube alguna gente en la esquina de Gascón y Córdoba, y algo en ese grupo hizo que el colectivo quede en absoluto silencio. Había aparecido un gigante en el 168, así como así, sin mayor preámbulo ni ruido de fanfarrias.
Su cuello se doblaba contra el techo, y la cabeza quedaba casi plegada a la altura del pecho. Sus manos enormes sacaban el boleto, y así en esa posición de mastodonte incomodo camino hasta un asiento libre al lado de la ventanilla, justo en diagonal al mío. Me dedique a observarlo, esperando que el reconozca en mi algo fenomenal también…pero no. Luego del silencio general en que quedó el colectivo, algunos retomaron la charla, y el Gigante sintiendo aún las miradas atentas que no se desprendían de su espalada se dedico a mirar hacia la calle, quizás buscando hojas secas él también.

viernes, 13 de marzo de 2009

sin corteza

Sabe muy bien que hay días en los que ella no es ella, días en los que su imagen en el espejo empañado del baño no le responde. Como si su cara no hubiese sido hecha para ella, sino para otra. Otra de esas que ya a esta hora deben estar copando la ciudad. Son las 7:30hs, ya debe haber unas cuantas mujeres caminando hacia el trabajo, subiendo a colectivos repletos, tomando café en vasos descartables antes de entrar a la oficina.

Ella solo trata de sacudirse de encima las ganas de volver a la cama.

Se mete en la ducha tibia esperando que el agua limpie todo rastro de sueño en su piel, como si el correr de las gotas pudiese devolverle algo olvidado en algún rincón de la noche que pasó.

Una bocanada húmeda y ya se siente mejor.

Baja la mirada y ahí, en el piso de la bañadera hay algo, algo muy parecido a ella misma…por lo menos una parte. Su piel, toda todita se sale hasta dejarla sin corteza.

Limpia con la mano el espejo empañado y vuelve a mirarse. Llora por la piel que ya no tiene y por otras cosas también.

Sale a la calle a eso de las nueve de la mañana, recién en ese momento se da cuenta de que afuera llueve. No tiene paraguas. No importa.

viernes, 6 de marzo de 2009

mordió la manzana y la besó

Y entonces Adán mordió la manzana y luego besó a Eva, dejándole el jugo dulzón y escurridizo del fruto prohibido en la boca. Ahí quedaron los dos abajo del árbol: el tan primer hombre salido de un horno de barro, y ella queriendo ser mas que una costilla.

De costado la serpiente se reía, y no paso mucho rato sin que Dios baje a castigarlos. Digo baje porque se supone que esta siempre arriba, aunque a veces para mi se debía dar unos paseitos por acá…cuando estaba todo mas tranquilo y deshabitado, cuando nadie lo reconocía ni le pedía autógrafos. Ahora esta condenado a permanecer alto, muy alto donde ningún satélite curioso lo pueda fotografiar ni siquiera.

A esta altura ya tenemos a la serpiente que se ríe, a la pareja primeriza, primordial, primigenia, besándose mientras comen fruta y a Dios enojado. El reto y el castigo. Y ahí nomás volaron los tres: Adán, Eva y la serpiente, que digan lo que digan no puede haber estado tan ofendida porque ¡vamos, es una serpiente! Muchos años después tendría verdaderas preocupaciones con el desarrollo de la culpa y el perdon…pero ahora; ahora no.

Luego vinieron camadas y camadas de humanos, más o menos sensibles a los pedidos de su Creador, pero todos toditos con una curiosidad esencial que los hermana. Bicho curioso el hombre, así todo tan homo erectus que se enorgullece de ser, pero siempre con miedo y preguntas. Y todos dudamos y corremos, nos caemos y seguimos. Probamos la manzana una y otra vez, y la serpiente se ríe de costado, sin subir mucho la vista al cielo, no vaya a ser cosa de que el Patrón justo este mirando.

miércoles, 4 de marzo de 2009

febrero

Miles de moscas sobrevuelan la ciudad esta mañana, atraídas por el calor y los olores que desprende la basura en cada esquina de la ciudad.

El sol salió corajudo, sin dejar lugar a dudas: este será un día caluroso, amarillos sus minutos y pegajoso el aire. Ese es el tema con esta ciudad, lo pegajoso del aire, la humedad que nos recuerda a cada paso por la vereda las dimensiones exactas de nuestro cuerpo. Cada gotita que se forma en las sienes o en la nuca para caer sin mas ni mas marca el contorno del cuerpo acalorado que va y viene resignado por las calles y avenidas.

Al entrar en los ambientes fríos y acondicionados ya la cosa cambia, mi cuerpo se recompone de a poco, aprovecho para peinar los mechones que se habían pegado en la frente, limpio los rastros de sudor que delatan que sí, que las mujeres transpiramos, y trato de quedarme quieta, bien quieta aprovechando el frescor que me entra por la nariz hacia los pulmones.

Pero es una lastima que los momentos de frigorífico sean tan pocos en mi vida: entrar para pagar algo en un banco, o pasar por el único mercadito de mi barrio que invirtió en el aire este verano. Y pronto se me pasa la fila de gente, ya estoy en la caja, pago y me encuentro ante el dilema, la obligación de salir a la calle otra vez, porque mi vida esta ahí afuera esperando que reanude la marcha del día, que salga de este paréntesis fresco (debo admitir que la idea de atrincherarme entre las góndolas de lácteos y fiambres ha pasado por mi mente, pero me pregunto cuanto tiempo aguantaría…)

Busco excusas para prolongar un rato mas la estadía, algo que no vi en las góndolas o tratar de alcanzar algo perdido en el fondo de mi bolso; todo ante la mirada persistente y cómplice del guardia de seguridad que ya adivino mis intensiones y me deja actuar un ratito mas, porque los dos sabemos que esto no se puede sostener y que en breves minutos se viene el ´Ta luego y estoy otra vez en la vereda, con el este calor que todo lo envuelve, el sol que se ríe desde arriba y las moscas felices entre las bolsas de basura que se multiplican en las esquinas.

La Mujer Barbuda camina por la ciudad, pide su café bien cargado en los bares, se sube a los colectivos y subtes abarrotados de gente;
y nadie lo nota.

Se mete en las salas de cine a la hora de la siesta, toma helados de fruta y a veces se presenta en entrevistas laborales sin futuro… pero ni siquiera en la mirada de quien le pregunta cosas como sus “pretensiones monetarias” se despierta una chispa de curiosidad.
Ella lo sabe esconder bien.

Lleva su barba en secreto, camuflado su rostro entre los de tantas mujeres que la rodean aquí o allá. Sonríe plácida por la calle y cada tanto se le escapa una mueca de placer, una risita baja que le da cosquillas por todo el cuerpo, la certidumbre de quien se sabe único poseedor de un secreto.