Pages - Menu

viernes, 29 de mayo de 2009

Circo itinerante

Como toda mujer barbuda alguna vez pertenecí a un circo itinerante, uno de esos con carpa gigante de colores y olor a aserrín en el piso.
Viajábamos por las provincias en colectivos y camiones pintados de colores, repletos de telas, luces, asientos plegables, carteles y personas. Animales no, gracias. Sólo iba Félix, el gato de la compañía y miembro vitalicio del circo; mascota adoptiva de todo aquel que le rascase la panza.
Cada arribo a una ciudad o pueblo distinto implicaba la misma secuencia: la caravana tocaba bocina desde la ruta y una vez que se encontraban en la avenida principal, desde alguno de los vehículos empezaba a sonar la orquesta. La música era imparable y dulce, viajando por el aire y metiéndose en todas las casas, llegando a las plazas, centros cívicos y colegios. La banda del circo era una especie de flautista de Hammelin con 5 cabezas, 5 músicos que sonaban como uno solo, gigante y potente. La gente salía de donde estuviera y seguía la melodía bailando y corriendo, hasta que por fin veían la caravana colorinche y los carteles enormes que anunciaban la llegada de nuestro circo. De ahí a la fila para sacar entradas había un solo paso, todos agolpados frente al carro-boletería, buscando billetes arrugados en los bolsillos.
Nosotros en general nos instalábamos en canchitas de fútbol o plazas, y hasta hubo una vez en que armamos la carpa en un terreno justo al lado de la iglesia. El cura y la administración del circo llegaron a un acuerdo, y las misas se realizaron media hora antes para que ningún parroquiano se perdiera el numero de Las Mellizas Elásticas.
Teníamos un presentador viejo con traje rojo, bigotes negros, galera y todo el equipo, su vozarrón resonaba por las gradas dando la vuelta a toda la carpa. El decía ser descendiente directo de Adán y Eva. ¿No se supone que lo somos todos? No, no, él era de la familia, no estas mezclas raras que resultamos ser el resto. El vendría a ser el tatara-tatara-tatara (y todos los tatara que hagan faltan en miles de años) nieto de la primer pareja. Nunca me respondió como es que tenía tal certeza, pero día tras día lo escuchábamos contar sus historias de paraísos perdidos durante la hora del almuerzo o después de las funciones; tan seguro de su linaje como del horario en que el Hombre más alto del mundo tocaba su mandolina.
Éramos un lindo grupo, todos miembros de una familia antigua y nómada; acostumbrados a sacar lo mejor de cada situación. Pasamos buenos años viajando y conociendo lugares, en todos lados nos recibieron con expectativa y nosotros teníamos algo para cada espectador. Mientras Las Mellizas Elásticas seducían a los solteros con su número de contorsionismo y acrobacia en el aire, el Hombre más alto del mundo y el Viejo con ojos de niño tocaban canciones alegres en un dúo de mandolina y violín que atrapaba a todo aquel que tuviera ganas de bailar. Ethel la mujer rolliza hacia malabares con tortas y facturas que después ofrecía al publico como gran cierre del numero, y la Familia Wang cabalgaba sobre un caballo blanco, uno sobre otro los siete Wangs en perfecta armonía iban trepándose hasta que se oían los aplausos. Al final salíamos con toda la banda a cantar, a bailar al centro de la pista, mientras yo le dedicaba a la gente una canción que aprendí de chiquita cerca de las montañas. Una canción que esperaba publico desde hacia años y que ofrecía todas las noches bajo las lucecitas de colores.

jueves, 28 de mayo de 2009

lunes, 18 de mayo de 2009

vidas y muertes

La mujer barbuda se acaba de enterar que murió Benedetti; un día despues, un día atrasada en noticias de muertes y vidas. Llora frente a la pantalla de la compu con imagenes del primer libro de poemas que le regalaron sus abuelos, "El amor, las mujeres y la vida", con una dedicatoria que dice: A nuestra nieta querida, porque es ella... y entonces ella llora por varias cosas que no puede nombrar bien.
Por los 12, 13, cator-quin...años leyendo a Benedetti, por el tiempo que hace que no agarra uno de sus libros, por los abuelos que regalan poesía en tardes cordobesas lejanas de invierno.
¡Pero qué tristeza Mario!

jueves, 7 de mayo de 2009

caños rotos

“Caños rotos, eso es todo nena”. El plomero Pascualino me esta explicando algo que yo ya me imaginaba, pero que siempre adquiere mayor veracidad de boca de un especialista. Es por eso que las paredes de mi pieza, las que se comparten con el baño, hace tiempo que lucen esa amarillez mohosa, ese descascaramiento gradual. En algunos momentos tengo que admitir que me distraigo siguiendo el paso de la humedad por las paredes, buscando la pintura hinchada que me lleva a imaginar el agua invadiendo el interior de mi departamento. Primero pequeñas líneas de agua que se escapan de los caños y empiezan un nuevo recorrido, se revelan ante el camino instituido por ingenieros y arquitectos y deciden dispersarse por ahí. Veo como esas primeras escapadas se van convirtiendo en costumbre y el agua sale a borbotones a través de ladrillos y cemento, humedeciendo todo a su paso. Supongo que pasa un tiempo hasta que se hace evidente para nosotros, aquí afuera, de este lado de las paredes…pero siempre llega.

Pascualino el plomero sigue su explicación al darse cuenta de que lo sigo atenta: “…Es que la humedad es lo peor nena, porque te va enfermando todo, y es difícil de parar…”. Hablamos un rato de los arreglos pertinentes y de mi futura pelea con la administración, pero me quedo pensando en casas enfermas y departamentos infectados. Creo que la humedad es una especie de sarpullido y quisiera poder hacer algo más por mis paredes, darles algún alivio hasta que podamos arreglarlas, rascar ángulos y zócalos.