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martes, 7 de julio de 2009

DO-SOL-MI-SOL

Los deditos tímidos golpeando las teclas del piano, DO-SOL-MI-SOL, DO-SOL-MI-SOL una y otra vez al infinito. El piano que vino de regalo cuando la abuela se enteró que la pequeña niña barbuda estaba tomando clases.

Lo entraron entre tres hombres y eso le dio mayor peso a los ojos de la niña. Ella incluso los imaginó a ellos tres transportando el piano sobre sus espaldas, recorriendo los caminos y rutas que sumaban 800 kilómetros hasta su abuela;
y después corriendo livianos hasta la fábrica de pianos; felices de haber dejado al gigante marrón a salvo con la niña.

DO-SOL-MI-SOL era lo que mejor le salía, veía su mano izquierda moverse con precisión entre las tres teclas, variando de vez en cuando la velocidad para probarse.

Un día la mano derecha (seguramente aburrida de descansar inerte sobre las teclas), se metió sin permiso acompañando la melodía de base con un feliz baile de negras y blancas, saltando sin ton ni son de un extremo a otro del teclado, mientras la mano izquierda se aferraba desesperada a su eterno compás… La niña barbuda se había distraído hablando con su hermana por unos minutos, y para cuando se dio cuenta sus manos estaban en plena batalla.

La música desenfrenada inundaba la casa, e incluso hubo algunos vecinos que salieron al patio para escuchar mejor. Tras algunos intentos fallidos por parte de la niña de reconciliar ambas manos tuvo que intervenir su hermana, quien la tiró del banquito y bajó la tapa sobre el teclado.

La niña barbuda permaneció unos minutos en el piso con sus manos agitándose en el aire, hasta que de a poco el movimiento se detuvo ante la falta de sonido. El piano observaba el suceso inmóvil y manso, parecía el paisaje calmo después de la batalla… sólo los dedos colorados de la niña atestiguaban que algo había pasado.

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